Sábado. 4 a .m.
71 x Panamericana.
-Porque es lo mismo que con los militares… -
-Uno veinte por favor-
-¿Cuánto?-
-Uno veinte-
(Era uno veinticinco)
-…en este país son todos unos idiotas -
Era una voz de chica chiquita, chillona, como en un tono agudo, aunque quizás no tanto.
Era una señora, hablando, dirigiendo su discurso hacia delante. Podían ser 60, como 80 sus años. Capucha gris, pollera larga, zapatos negros. Ladrillos negros.
Su voz se dirigía hacia el señor que estaba detrás suyo. Él llevaba un cuello pollar, que cubría toda su cara,
ojos ,
nariz,
boca.
Toda su cara. Asentía, en gesto de aprobación, aunque quizás no escuchaba a la señora, y era otro tipo de gesto, como probándose a si mismo que todavía estaba vivo. Tanto lo estaba, que podía decidir si algo en el mundo estaba bien o mal. En este caso, estaba bien, a su entender. En su mundo detrás del pollar. Por lo tanto, asentía.
Mi mano sacó del morral el libro que iba a ser ojeado, pero no leído. Mi mente estaba sacando juicios sobre la escena que llevaban a cabo los dos quintos del colectivo (había una chica en una esquina del fondo, durmiendo, con su cabeza sosteniendo una ventana).
-…fijate vos nomás lo que nos hicieron ahí en la plaza. Pero la gente no entiende. Son idiotas…-
Miré para ese lado y vi. No su imagen. No su reflejo.
¿Qué es?
-… pero están todos revolucionados hoy, a nadie le importa más nada…-
¿Espíritu?
-…como si la calle fuera de ellos, pero no… la calle es nuestra…-
Espectro.
En el vidrio opuesto al mío, se dibujaba, el espectro de la señora. Desde donde yo estaba, al no ser el vidrio uno de esos que son totalmente espejados, el espectro se podía ver como si estuviera fuera del colectivo, cerca. No tan cerca, o si. Pero fuera del colectivo. Siguiéndola, pero por fuera.
Y ahí fue donde caí en la cuenta de que uno no sólo existe a través de la mirada de los otros, en este caso la mía, que la caracterizaba como un ser perdido, fuera de sí, casi despreciable. Así la dibujé en el mundo, en mi mundo. A través de mis ojos, llenos de prejuicio y vergüenza ajena. Pero uno también existe a través de la mirada de uno mismo. Desde afuera, muy por fuera. Estamos ahí, mirándonos.
El espectro estaba de acuerdo con todo lo que ella decía. Se enojaba cuando ella gritaba, sonreía cuando ella reía, se mantenía seria cuando el tema que ella tocaba lo ameritaba. La arengaba. Está bien, todo lo que decís está bien. Y no es por admiración.
Es empatía.
Larralde y Triunvirato.
Timbre.
Me bajo del colectivo. Lo miro arrancar la marcha y observo lentamente irse a la señora, el espectro no lo puedo ver, pero se que está ahí, afuera, conmigo.
Puedo seguir una cuadra más por Triunvirato, o agarrar por Islandia, es lo mismo, pero siempre dudo. Una opción no me va a llevar más rápido a mi casa que la otra. Pero siempre dudo. Otra vez esa voz supersticiosa me dice que tomar uno u otro puede llegar a cambiar estrepitosamente mi vida. Dudo.
Me decido por doblar en Islandia. No lo decido, más bien intuyo que está bien eso. En la esquina la vidriera de una verdulería me devuelve mi propio espectro, que dobla conmigo. Me arenga, como diciéndome que está bien. Está bien. Es este el camino.