lunes, 31 de enero de 2011

Y eso..

Una cama sosteniendo dos cuerpos.
Mejor dicho, una cama sostenida por dos cuerpos. Los invita, los arropa en su gran vientre, con el único fin de esconderse.
¿De qué se esconde una Cama? No quiere ser notada, quiere mantenerse ajena a la temporalidad. Sabe, como bien todos saben, de su característica de ente abiótico, pero sin embargo también sabe que no puede huir del tiempo. Porque se necesitó de un árbol que fuera talado por una persona específica, en un momento específico, para que se construyera su esqueleto. De esas sábanas, y no de ningunas otras, para cubrir su desnudez y bajo ninguna circunstancia permitir que se deje entrever su pálido y gastado cuerpo. Y de esa habitación, esas paredes que tienen marcas, que a su vez fueron tapadas por capas y capas de pintura a lo largo de distintos propietarios. Una danza de decenas y decenas de Camas que fueron parte de cada color que hoy ya no es.
Ahí está ahora ella.
Admira el sórdido ambiente, y se siente observada. Las Paletas del Ventilador susurran algo de suma importancia, mirándola. El jurado está decidiendo. Giran sobre el eje de una Lámpara que, mientras  descansa, sueña con su niñez y con un evento reprimido que tiene que ver con su padre y la esperanza de no terminar de la misma manera que él. De vez en cuando chilla, acompañando el ritmo de las Paletas que no cesan su discusión.
La Cama escucha atentamente y por fin descifra el murmullo de las Paletas.
-¿Cuánto tiempo más tenemos que girar?-
En la oscuridad, la Cama, observa el cielo raso y no ve más que la silueta del Ventilador que va tan rápido que no distingue una Paleta de otra. Todo es un gran círculo, pareciera como si en su afán de no dar más vueltas se hubieran fundido en un gran círculo, agarradas todas de las manos, resistiendo.
La mismísima Habitación toma conciencia de toda esta absurda teatralidad que está ocurriendo en sus adentros y se toma la cabeza a punto de estallar. Intenta tirarse por la ventana, para terminar con todo de una vez, pero se da cuenta de que no cabe por ella – Si tan solo no fuera tan cuadrada, podría meter primero la cabeza, luego despacio los hombros, y ahí ya está, dicen que si entran los hombros ya está.-
Los dos cuerpos recostados están enfrentados, con los ojos cerrados. Mirándose a través de los párpados juegan a dormir la siesta. De vez en cuando ríen entre dientes. Cómplices.
-Dejemos que Las Cosas, por un rato, sean los que se preocupen por las cosas.-

                                               (…)                                                               

                                                                                              Y eso es la calma.

miércoles, 19 de enero de 2011

El murmullo

El murmullo del mar

no habla de política,

ni sabe de historia o de ciencia.

No nos hace preguntas,

ni nos trae respuestas

El murmullo del mar

simplemente

 trae

tu nombre a cuestas.

viernes, 31 de diciembre de 2010

El misterio de la tortuga

En el medio del zumbido del subte me vi atrapado por una escena particular. A mi izquierda, un hombre de aproximadamente unos 35 años, se disponía a contarle una historia a una nena de aproximadamente 9. Ambos estaban enfrentados, sentados  de costado en el asiento. Podían hacer esto gracias a su particular pose, que inmediatamente envidié y quise imitar, pero el ridículo podía llegar a ser muy grande. Una de sus piernas estaba encima del asiento, cruzada con su otra pierna, formando un 4. Los dos tenían la misma pose, lo cual me enterneció, y gracias a que eso me llamó la atención llegué a tiempo para escuchar el relato que él comenzó a contarle.

-         Bueno escucha esto eh. Resulta que tu tía Marta le había comprado una tortuga a Emiliano. ¿Te acordás vos de la tortuga? –

La nena, con los ojos más abiertos que nunca, asintió con la cabeza.

-         Bueno, esa. La tortuga estaba en el patiecito de abajo siempre, la dejaban ahí para que estuviera suelta. Y bueno, resulta que un día la tortuga no aparece, la buscan y no aparece. De tanto buscarla, un día se dan cuenta ¡Que la tortuga estaba en la terraza! Nadie sabía como había llegado a la terraza ¡La tortuga! –

Una carcajada finita pero enorme salió de la boca de la nena, que no podía ocultar su asombro y su ansiedad por saber como seguía la historia.

-         Pero ¿Cómo tío? –

-         Claro, nadie entendía nada de nada. La vuelven a bajar a la tortuga, y a la semana, otra vez no la encuentran. Suben a la terraza y ahí estaba ¡Otra vez! Encima la escalera tiene unos escalones altísimos, y la tortuga era muy chiquita, no podía ser lo que estaba pasando. Resulta que así pasa todo el verano, y seguía pasando lo mismo, la tortuga aparecía en la terraza otra vez, otra vez y otra vez. –

Otra risa, cada vez más y más fuerte de la boca más pequeña de las dos.

-         Así pasa un año, pasan dos años, tres años, y siempre lo mismo, ya era el misterio de la tortuga para tu tía Marta y Emiliano. Pero como en todo misterio, un día pasó algo. Un día se develó el misterio. Estaba tu tía sentada en el patiecito de invierno, tomando un mate con el tío, y la tortuga estaba ahí al lado de ellos, cuando de repente aparece el perro, muy tranquilo, agarra la tortuga con la boca ¡Y se la lleva para la terraza! –

Los dos quebraron la voz ronca e incesante del túnel subterráneo con una enorme risa, que me contagió, y al instante yo también estaba riendo, por lo absurdo de la situación, por la tortuga y el perro. La nena estaba contenta porque fue una historia muy graciosa. El señor estaba contento porque había hecho reír a la nena. Todos ganan.

Pero en ese momento, no pude evitar pensar en la tremenda lección que el hombre le había dado a la nena. El hombre le entregó una porción de realidad, sin siquiera quererlo ni saberlo. Quizás incluso nunca lo sepa. Le enseñó que todo lo extraordinario está explicado por algo ordinario.
Me imaginé a la nena en unos años, siendo bombardeada con tantas otras porciones de realidad, creciendo en contra de su voluntad a partir de todos estos hechos. Hechos ciertos, y
   no                            nada         más        que       
                importa                                                  lo      cierto
La próxima vez que escuchase hablar de una tortuga misteriosa, ella ya tendría de antemano una explicación para demostrar que la tortuga no era especial. Y así, habría varios perros, para explicar enigmas inciertos. Cómo hace papá para hacer aparecer un pañuelo de atrás de mi oreja, como hace el mago para hacer aparecer el conejo del sombrero. Como es que Papa Noel trae todos esos regalos. Y tantas otras cosas mas, serían explicadas, una por una.
También me imaginé a la Tía                                       
Marta perdiendo sueño, noche tras
noche, pensando en como podía ser                           (Ay Marta mirá las cosas que 
que la tortuga subiera a la terraza, si                            pensás. Te está contagiando el  
esas cosas no suceden por arte                                   nene,callate y dormite de una vez.)
de magia. Algo debía explicarlo.
Incluso vi su cara de felicidad
cuando el perro la tomó entre sus
dientes, y casi que con la mirada                                  -¡Ma! ¡Subió otra vez!-
ella fue la que obligó al perro a                                    -Por favor Emiliano, no pensarás
subir por las escaleras que llevan                                 que la tortuga simplemente se
a la terraza. Si hubiera pasado                                     aparece ahí, sólo por arte de…
mucho más tiempo sin develarse el                               Dios mío, Emiliano, es obvio que no
misterio, era capaz de ella misma                                 es una tortuga mágica. -
agacharse y tomarla entre sus propios                          - ¡Le voy a contar a los chicos!
dientes, los oigo rechinando al golpear
contra el caparazón, protegiendo el
caparazónMarta. Su capa-razón.
La  vi con su cara recelosa,
retorciéndose de alegría por dentro.
Porque claro, ella tenía razón. Después           
de Enero siempre Febrero, el sol                                
siempre de día, y por supuesto,                                   -¡Te juro que puede, te juro que la
las tortugas no suben escaleras.                                   vimos todos! –
La contracara fue Emiliano, que ya no
podía contarles a sus amigos en el
colegio, que otra vez  su tortuga había
subido a la terraza. Que su tortuga,  la
tortuga mágica no era mágica. Era una
simple tortuga.
¿Como les iba a decir?                                                 -¿Cómo podes llegar a pensar
 No quería decepcionarlos, y tampoco                         que una cosa así puede pasar? -
quería quedar como un tonto. Porque eso
es lo que hace la realidad, nos deja a
todos parados como unos tontos.
Nosotros estamos empecinados en que las
cosas puedan ser un poco mas de los que
nos enseñan, de lo que está muchas veces
establecido,
y cuando se asoma esa excepción, esa tortuga que puede subir a la terraza, el mundo parece un lugar mejor. Pero enseguida vienen las explicaciones, las racionalizaciones, que esto es esto y no puede ser otra cosa Y un día, así como así, de hecho dejamos de pensar que esas cosas pueden pasar. Dejamos de anhelar que esas cosas las podemos hacer, o de que se pueden en algún caso llegar a dar. Lo extraordinario desaparece y solo da lugar a lo Ordinario.

Miré a la nena otra vez, pero mi sonrisa se había desvanecido. La nena no paraba de reírse, pensando en la tortuga y en el perro. Probablemente todavía le queden muchos años más de inocencia. Y si, es cierto, la nena río. Pero en alguna parte, quizás no tan lejana, la nena también lloró.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Sábado

              Sábado. 4 a.m.
71 x Panamericana.

-Porque es lo mismo que con los militares… - 
                                                                                                          -Uno veinte por favor-
                                                                                   -¿Cuánto?-
                                                                                                          -Uno veinte-
                                                                                                          (Era uno veinticinco)
-…en este país son todos unos idiotas  -

Era una voz de chica chiquita, chillona, como en un tono agudo, aunque quizás no tanto.

Era una señora, hablando, dirigiendo su discurso hacia delante. Podían ser 60, como 80 sus años. Capucha gris, pollera larga, zapatos negros. Ladrillos negros.
            Su voz se dirigía hacia el señor que estaba detrás suyo. Él llevaba un cuello pollar, que cubría toda su cara,
                                                      ojos ,
                                                                nariz,
                                                                            boca.
                                                                                        Toda su cara. Asentía, en gesto de aprobación, aunque quizás no escuchaba a la señora, y era otro tipo de gesto, como probándose a si mismo que todavía estaba vivo. Tanto lo estaba, que podía decidir si algo en el mundo estaba bien o mal. En este caso, estaba bien, a su entender. En su mundo detrás del pollar. Por lo tanto, asentía.
            Mi mano sacó del morral el libro que iba a ser ojeado, pero no leído. Mi mente estaba sacando juicios sobre la escena que llevaban a cabo los dos quintos del colectivo (había una chica en una esquina del fondo, durmiendo, con su cabeza sosteniendo una ventana).

-…fijate vos nomás lo que nos hicieron ahí en la plaza. Pero la gente no entiende. Son idiotas…-
           
            Miré para ese lado y vi. No su imagen. No su reflejo.
                                                                                                                      ¿Qué es?
-… pero están todos revolucionados hoy, a nadie le importa más nada…-
                                                                                                                      ¿Espíritu?
-…como si la calle fuera de ellos, pero no… la calle es nuestra…-
                                                                                                                      Espectro.
            En el vidrio opuesto al mío, se dibujaba, el espectro de la señora. Desde donde yo estaba, al no ser el vidrio uno de esos que son totalmente espejados, el espectro se podía ver como si estuviera fuera del colectivo, cerca. No tan cerca, o si. Pero fuera del colectivo. Siguiéndola, pero por fuera.
            Y ahí fue donde caí en la cuenta de que uno no sólo existe a través de la mirada de los otros, en este caso la mía, que la caracterizaba como un ser perdido, fuera de sí, casi despreciable. Así la dibujé en el mundo, en mi mundo. A través de mis ojos, llenos de prejuicio y vergüenza ajena. Pero uno también existe a través de la mirada de uno mismo. Desde afuera, muy por fuera. Estamos ahí, mirándonos.
            El espectro estaba de acuerdo con todo lo que ella decía. Se enojaba cuando ella gritaba, sonreía cuando ella reía, se mantenía seria cuando el tema que ella tocaba lo ameritaba. La arengaba. Está bien, todo lo que decís está bien. Y no es por admiración.
Es empatía.


Larralde y Triunvirato.
Timbre.
Me bajo del colectivo. Lo miro arrancar la marcha y observo lentamente irse a la señora, el espectro no lo puedo ver, pero se que está ahí, afuera, conmigo.
Puedo seguir una cuadra más por Triunvirato, o agarrar por Islandia, es lo mismo, pero siempre dudo. Una opción no me va a llevar más rápido a mi casa que la otra. Pero siempre dudo. Otra vez esa voz supersticiosa me dice que tomar uno u otro puede llegar a cambiar estrepitosamente mi vida. Dudo.
Me decido por doblar en Islandia. No lo decido, más bien intuyo que está bien eso. En la esquina la vidriera de una verdulería me devuelve mi propio espectro, que dobla conmigo. Me arenga, como diciéndome que está bien. Está bien. Es este el camino.