En el medio del zumbido del subte me vi atrapado por una escena particular. A mi izquierda, un hombre de aproximadamente unos 35 años, se disponía a contarle una historia a una nena de aproximadamente 9. Ambos estaban enfrentados, sentados de costado en el asiento. Podían hacer esto gracias a su particular pose, que inmediatamente envidié y quise imitar, pero el ridículo podía llegar a ser muy grande. Una de sus piernas estaba encima del asiento, cruzada con su otra pierna, formando un 4. Los dos tenían la misma pose, lo cual me enterneció, y gracias a que eso me llamó la atención llegué a tiempo para escuchar el relato que él comenzó a contarle.
- Bueno escucha esto eh. Resulta que tu tía Marta le había comprado una tortuga a Emiliano. ¿Te acordás vos de la tortuga? –
La nena, con los ojos más abiertos que nunca, asintió con la cabeza.
- Bueno, esa. La tortuga estaba en el patiecito de abajo siempre, la dejaban ahí para que estuviera suelta. Y bueno, resulta que un día la tortuga no aparece, la buscan y no aparece. De tanto buscarla, un día se dan cuenta ¡Que la tortuga estaba en la terraza! Nadie sabía como había llegado a la terraza ¡La tortuga! –
Una carcajada finita pero enorme salió de la boca de la nena, que no podía ocultar su asombro y su ansiedad por saber como seguía la historia.
- Pero ¿Cómo tío? –
- Claro, nadie entendía nada de nada. La vuelven a bajar a la tortuga, y a la semana, otra vez no la encuentran. Suben a la terraza y ahí estaba ¡Otra vez! Encima la escalera tiene unos escalones altísimos, y la tortuga era muy chiquita, no podía ser lo que estaba pasando. Resulta que así pasa todo el verano, y seguía pasando lo mismo, la tortuga aparecía en la terraza otra vez, otra vez y otra vez. –
Otra risa, cada vez más y más fuerte de la boca más pequeña de las dos.
- Así pasa un año, pasan dos años, tres años, y siempre lo mismo, ya era el misterio de la tortuga para tu tía Marta y Emiliano. Pero como en todo misterio, un día pasó algo. Un día se develó el misterio. Estaba tu tía sentada en el patiecito de invierno, tomando un mate con el tío, y la tortuga estaba ahí al lado de ellos, cuando de repente aparece el perro, muy tranquilo, agarra la tortuga con la boca ¡Y se la lleva para la terraza! –
Los dos quebraron la voz ronca e incesante del túnel subterráneo con una enorme risa, que me contagió, y al instante yo también estaba riendo, por lo absurdo de la situación, por la tortuga y el perro. La nena estaba contenta porque fue una historia muy graciosa. El señor estaba contento porque había hecho reír a la nena. Todos ganan.
Pero en ese momento, no pude evitar pensar en la tremenda lección que el hombre le había dado a la nena. El hombre le entregó una porción de realidad, sin siquiera quererlo ni saberlo. Quizás incluso nunca lo sepa. Le enseñó que todo lo extraordinario está explicado por algo ordinario.
Me imaginé a la nena en unos años, siendo bombardeada con tantas otras porciones de realidad, creciendo en contra de su voluntad a partir de todos estos hechos. Hechos ciertos, y
no nada más que
importa lo cierto
La próxima vez que escuchase hablar de una tortuga misteriosa, ella ya tendría de antemano una explicación para demostrar que la tortuga no era especial. Y así, habría varios perros, para explicar enigmas inciertos. Cómo hace papá para hacer aparecer un pañuelo de atrás de mi oreja, como hace el mago para hacer aparecer el conejo del sombrero. Como es que Papa Noel trae todos esos regalos. Y tantas otras cosas mas, serían explicadas, una por una.
También me imaginé a la Tía
Marta perdiendo sueño, noche tras
noche, pensando en como podía ser (Ay Marta mirá las cosas que
que la tortuga subiera a la terraza, si pensás. Te está contagiando el
esas cosas no suceden por arte nene,callate y dormite de una vez.)
de magia. Algo debía explicarlo.
Incluso vi su cara de felicidad
cuando el perro la tomó entre sus
dientes, y casi que con la mirada -¡Ma! ¡Subió otra vez!-
ella fue la que obligó al perro a -Por favor Emiliano, no pensarás
subir por las escaleras que llevan que la tortuga simplemente se
a la terraza. Si hubiera pasado aparece ahí, sólo por arte de…
mucho más tiempo sin develarse el Dios mío, Emiliano, es obvio que no
misterio, era capaz de ella misma es una tortuga mágica. -
agacharse y tomarla entre sus propios - ¡Le voy a contar a los chicos!
dientes, los oigo rechinando al golpear
contra el caparazón, protegiendo el
caparazónMarta. Su capa-razón.
La vi con su cara recelosa,
retorciéndose de alegría por dentro.
Porque claro, ella tenía razón. Después
de Enero siempre Febrero, el sol
siempre de día, y por supuesto, -¡Te juro que puede, te juro que la
las tortugas no suben escaleras. vimos todos! –
La contracara fue Emiliano, que ya no
podía contarles a sus amigos en el
colegio, que otra vez su tortuga había
subido a la terraza. Que su tortuga, la
tortuga mágica no era mágica. Era una
simple tortuga.
¿Como les iba a decir? -¿Cómo podes llegar a pensar
No quería decepcionarlos, y tampoco que una cosa así puede pasar? -
quería quedar como un tonto. Porque eso
es lo que hace la realidad, nos deja a
todos parados como unos tontos.
Nosotros estamos empecinados en que las
cosas puedan ser un poco mas de los que
nos enseñan, de lo que está muchas veces
establecido,
y cuando se asoma esa excepción, esa tortuga que puede subir a la terraza, el mundo parece un lugar mejor. Pero enseguida vienen las explicaciones, las racionalizaciones, que esto es esto y no puede ser otra cosa Y un día, así como así, de hecho dejamos de pensar que esas cosas pueden pasar. Dejamos de anhelar que esas cosas las podemos hacer, o de que se pueden en algún caso llegar a dar. Lo extraordinario desaparece y solo da lugar a lo Ordinario.
Miré a la nena otra vez, pero mi sonrisa se había desvanecido. La nena no paraba de reírse, pensando en la tortuga y en el perro. Probablemente todavía le queden muchos años más de inocencia. Y si, es cierto, la nena río. Pero en alguna parte, quizás no tan lejana, la nena también lloró.